martes, 30 de julio de 2013

Un día de cuento. La migala de Juan José Arreola


Con la simple idea de no abandonar la lectura por otros medio mas frugales, decidí incluir la lectura en los medios y así compartir mi disfrute por la misma. Nada mas que eso ni nada menos. Así que estar ‘e  publicando si puedo de forma diaria los cuentos o relatos que vaya leyendo o releyendo y compartiendo mis comentarios. Espero los disfruten tanto como yo.

El cuento del día de hoy es de Juan José Arreola, mexicano autodidacta y un genio de la literatura.
Su cuento "La migala" no es  solo uno de mis favoritos sino que me inspiró  el guión de mi cortometraje “Beatriz y la Migala”
Sirve como ejemplo en muchas escuelas de narrativa por su capacidad de síntesis, y por su particular estructura narrativa. Un ejemplo de como narrar una maravillosa y espeluznante historia en pocas líneas. Terrorífica, sobrecogedora o romántica, cualquiera de estos dispares adjetivos pueden enmarcar este imprescindible relato. Los 5 minutos mejor aprovechados. 


LA MIGALA de Juan José Arreola

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.
El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.
La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.
Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.
Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.
Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.
Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
FIN




El porqué y los porqués del nombre que no es el nombre

Para empezar este blog quería llamarse "El corotero". Y yo quería empezar escribiéndoles los porqués de esta palabreja. Cuando la maquinita infame me detuvo en seco con "el nombre del subtitulo está ocupado" se me jodió la historia y tuve que cambiar para poder seguir adelante. El nuevo título me gusta pero no me voy a quedar con las ganas de explicar porqué "El corotero" era el nombre predestinado para este blog.
Hace unos meses que me rondaba la idea de expresarme por esta vía. Tenía y tengo muchas cosas que contarles y que mejor que un medio donde si les interesa a ustedes lo leen y si no, ni caso. Perfecto para mi que quiero contar cosas y no me preocupa tanto la devolución o las consecuencias. El tema era en ese momento buscarle un nombre adecuado para lo que quería contar y el problema es que no les quiero hablar de algo en concreto si no todo lo contrario. Quiero escribir de lo que me de la gana en el momento que me de la gana. Si exacto es como una necesidad de destapar mi diarrea cerebral sin necesidad de saber a donde va a parar. Este desorden mental debe tener algún nombre en el campo de la psicología pero para mi no es mas que una necesidad de proyectarme que calmará muchas de mi ansias. De esta manera encontré el nombre adecuado para mi blog "el corotero". Corotero significa desorden o lugar lleno de trastos inútiles y desordenados y a esos trastos inútiles se les llama corotos. Durante muchos años esa palabra fue parte de mi identidad, en un principio porque al descubrirla me pareció simpática aunque más tarde entendí que me gustaba porque de muchas maneras y de maneras muy profundas me definía. Hoy tengo la necesidad de escribir, de expresarme y de proyectar y compartir ideas, experiencias y sentimientos sin orden alguno así que quiero que mi blog se llame el corotero.